El maestro que me tocaba y la madre que me mandó callar
Entre Almas y Letras
Por Lili
Tenía once años y una mochila llena de lápices, libros y miedo.
Mi escuela era pequeña, de esas donde todo el mundo se conoce y los maestros son como tíos: cercanos, confiables, intocables.
Él era uno de ellos.
Tenía voz amable, sonrisa fácil, y siempre decía que yo era especial. Que tenía talento. Que me quedara después de clase, que me quería enseñar más. Que no le dijera a nadie.
Al principio me sentí elegida. Luego, atrapada.
Lo que empezó como atención, terminó en horror
El aula vacía. La puerta cerrada. Sus manos en mi espalda. Sus dedos tocando donde nadie debería tocar.
Y su voz diciendo:
"No digas nada. Nadie te va a creer."
Yo tenía once años. Él era el maestro.
Y yo… solo quería ir a casa.
Cuando por fin lo dije
Una tarde, con el corazón en la garganta, se lo conté a mi mamá.
Le dije que el maestro me tocaba. Que me hacía sentir sucia. Que tenía miedo.
Ella me miró como si le hablara en otro idioma.
—Estás exagerando. No digas esas cosas. Es un buen hombre. ¿Sabes el problema que puedes causar?
Y entonces ocurrió algo peor que el abuso: me mandó callar.
La traición más silenciosa
Mi madre no me gritó. Solo me miró con decepción. Como si yo fuera la vergüenza. Como si la culpa fuera mía.
Me dijo que no volviera a inventar. Que si seguía con esas ideas, iban a pensar que yo "estaba mal".
Así fue como aprendí que el silencio es el precio de la paz familiar.
Y lo pagué durante años.
El cuerpo no olvida. El alma tampoco.
Pasaron los años. Cambié de escuela. Me alejé de ese hombre. Pero no pude alejarme de su sombra.
Ni del silencio que mi madre me impuso.
Nunca volvió a preguntarme por eso.
Nunca se disculpó.
Nunca me protegió.
Hoy, escribo para liberarme
Esta historia no es para él. Ni siquiera para ella.
Es para mí.
Para la niña que quiso hablar y a la que callaron.
Para la adolescente que se sintió sucia.
Para la mujer que hoy escribe y por fin se cree a sí misma.
Entre almas y letras, me devuelvo la voz
Si alguna vez pasaste por algo parecido —si alguien te hizo daño y nadie te creyó— quiero decirte lo que a mí me negaron:
Te creo. No fue tu culpa. Y tu historia importa.
Aquí, en este espacio, ya no hay lugar para el silencio.
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